Del sabio al filósofo



Los naturalistas jónicos del siglo VI pertenecientes a Mileto –Tales, Anaximandro y Anaxímenes– son un caso especial porque no constituyeron una escuela como sí lo fue luego el Liceo de Aristóteles. A pesar de las escasas noticias biográficas, parece seguro que eran hombres de considerable prestigio por sus habilidades. Platón[1] define a Tales como un sabio en las cosas prácticas [σόφος εἰς τὰ ἔργα] así como muy hábil en las técnicas [εὐμήχανος εἰς τέχνας] confirmando así la anécdota que reporta Heródoto según el cual Tales logró desviar un río para permitir el paso de un ejército. Así mismo Anaxímenes y Anaximandro también fueron considerados sabios en las técnicas (Vegetti et al., 2016, p. 39-40). Entre los sabios jónicos se puede agregar a Jenófanes de Colofón por su espíritu crítico hacia la tradición poética y el antropocentrismo religioso.

El desarrollo social y económico de Atenas y la ampliación de la participación política promovida por las reformas democráticas de Clístenes y Pericles, plateó una nueva actividad intelectual en la ciudad, que consistía principalmente en la formación de una nueva clase dirigente, más amplia que la aristocracia tradicional, capaz de intervenir con eficacia en los procesos de toma de decisiones que de ahora en adelante comienzan a estar sujetos a debate público y a la comparación argumentativa entre tesis rivales.

Este requisito promovió el desarrollo de un movimiento intelectual completamente original con respecto a las formas la “sabiduría” tradicional. Fueron atraídos a Atenas por intelectuales de profesión (y ahora, un hecho inaudito anteriormente, sus alumnos pagaban por sus servicios culturales) procedentes de todas partes del mundo griego: fueron designados con el apelativo, no de sabios, sino de sofistas, “maestros de sabiduría” o “del conocimiento”. Se trataba de figuras ajenas a la aristocracia tradicional, pues eran extranjeros que llegaban a Atenas, lo que les impedía la participación en la vida política, pero de hecho, servían en calidad de asesores y “expertos” (parece que Protágoras desempeñó el papel de consultor de Pericles en la redacción de la constitución para una de las colonias.

Aparece en este ambiente por primera vez en la historia de Grecia, una rica literatura, generalmente “cultural”. Los sofistas escriben tratados de retórica y de buen uso del lenguaje (Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos), obras morales (Pródico) e de instrucción enciclopédica (lppia). Pero había en esta literatura algo más, un aspecto perturbador que Platón habría denunciado como peligroso para la ciudad. Se trataba de la fuerte crítica hacia las creencias y convicciones tradicionales, políticas, morales y religiosas. Entre las críticas prevalecen el relativismo ético y antropológico y también el escepticismo gnoseológico (nihilismo). Esta actitud encaja perfectamente con el clima de discusión político, moral, jurídico, que fue el escenario de la vida social diaria en Atenas: discusiones en las que la capacidad de criticar las tesis rivales fue decisiva y apoyar a los suyos sin recurrir a ningún principio de autoridad más que la fuerza argumentativa de la crítica y la afirmación (Vegetti et al., 2016, p. 44).


[1] Platón, República 10, 600a. No obstante, en el Teeteto 174a considera a Tales como el prototipo del filósofo contemplativo ignorando la realidad empírica. Pero Aristóteles (Polit. I II 12.59a 6 ss.) cuenta otra anécdota que confirma el talento práctico de Tales cuando logra prever las condiciones meteorológicas favorables para una cosecha de olivas.
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