La tragedia


Una característica de la tragedia griega era el uso de la máscara, que escondía la fisionomía del autor alterando su voz hasta hacerse irreconocible. 



Aunque entre los pueblos primitivos existían formas de recitación teatral, la tragedia es una invención original y sin precedentes de los griegos[1]. En las primeras representaciones arcaicas que se desarrollaban durante las fiestas de Dioniso, la acción se desarrollaba por mimos mientras las necesarias explicaciones eran confiadas al coro.


El nacimiento de la tragedia se remonta al siglo V a.C., cuando los mimos eran sustituidos por actores que hablaban y la historia comenzó a ser escrita por autores (Esquilo, Sófocles, Eurípides)[2].  Esto no determinó sin embargo la desaparición del coro, que permanece como un elemento peculiar de la tragedia griega. El coro de hecho, como voz hablante del exterior le corresponde comentar e interpretar (política, filosófica y moralmente) los eventos representados.

La tragedia cumplía una importante función de valor ético y formativo: en los eventos narrados en escena se expresaban en modo ejemplar las nociones sobre las cuales era necesario que los buenos ciudadanos reflexionaran. Por esto, a diferencia del uso moderno, al ciudadano le pagaban por asistir a las representaciones; el Estado favorecía la participación de todos con ‘fichas de presencia’ y la tragedia era la única ocasión social en la que participaban también las mujeres y los esclavos.

El enlace con los antiguos ritos en honor de Dioniso es verificable en los contenidos de las tragedias griegas. Según la definición de Aristóteles (Poética IX, 1452a)[3], la tragedia es “una imitación no solo de una acción completa, sino también de incidentes que provocan piedad y temor, […] ocurren de manera inesperada y al mismo tiempo se suceden unos a otros”. Lo trágico pone en evidencia la absurdidad de la existencia, pues personas inocentes son castigadas por culpas que no han cometido o son enredadas en asuntos irresolubles.

Esta cruda representación de la realidad de la vida sin manifestación del “final feliz” conduce a una purificación de las emociones (piedad y temor), ya que la tragedia enseña a ser maestros del dolor y de la insensatez de la vida en la medida que nos habituamos a la idea de la muerte y de la solución inevitablemente “trágica” de cada asunto de la vida.

La tragedia como sabiduría[4]

La tragedia es la Sabiduría en su apogeo, porque es la vida la que mira la vida, no el logos que la encadenan en la red ilusionista del pensamiento: como en la tradición tántrica oriental, se trata de contemplar las pasiones desde una posición de desapego y al mismo tiempo de empatía.

[…] Por esta razón Dionisio, el dios de la tragedia, es también el dios de la sabiduría, y la tragedia es espectáculo, o más bien un milagro colectivo de iniciación, es un ejercicio espiritual, catarsis y técnica de contemplación.

 

[1] (Nicola, 2016, pp. 34-35)

[2] Nietzsche reinterpretó la tragedia como la máxima expresión de la espiritualidad griega antes de la decadencia producida por el nacimiento de la filosofía.

[3] El tema principal de esta obra escrita en el s. IV a.C., se centra en la reflexión estética a través de la caracterización y descripción de la tragedia.

[4] (Aeschylus et al., 2011, pp. 3079-3380)



Bibliografía:


Aeschylus, Sophocles, Euripides, & Tonelli, A. (2011). Tutte le tragedie. Bompiani.

Nicola, U. (2016). Filosofia: Storia delle idee dalle origini a oggi. Giunti.

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